Fue una mañana de un sábado que me animé a salir y contarte algo de mi pasado, con mucho miedo y desconfianza, te dije sólo algunos de mis secretos más profundos, de la cantidad de abusos y abandonos que me hundieron en mucho de lo que jamás pude contar.

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Estos secretos se convirtieron en tantas inseguridades y en tantas desgracias, que parece que toda la vida estaba destinada a repetirse en las mismas situaciones terribles de dolor y sufrimiento cada vez más pesadas.

Pero ese día decidí apostar, y confiar en ti. Te creí por un momento que, si sería verdad, que me ayudarías a salir, y prometiste sanar cada herida y hacer tantas cosas por mí, que yo prometí hacer la magia por ti, devolverte cada sueño hecho realidad.

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Pero pasó el tiempo, y para variar, una vez más te comportaste igual que los que me hicieron daño, te olvidaste de las promesas, me dejaste plantado, me explicaste que no había tiempo para mi, que había otras prioridades que no entiendo, gente más importante, tus hijos, tu mamá, tus amigos, tu trabajo, tus compromisos sociales... Yo pensaba que era cierto que podíamos platicar al menos una hora por semana, pero entiendo que es carísimo para ti, que tus prioridades no dan tiempo ni dinero para mí, que tienes que trabajar, recoger niños, ir con tus amigas, pagar tus cosas, comprarles a otros sus regalos, y una vez más, decido guardar silencio, esconderme más profundo, no te vuelto a creer tus mentiras, y respeto que tus prioridades. Sigue con tu vida y me regreso a mi guarida.

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Sé que seguiré envuelto en la traición, el rechazo, el sinsentido, el hastío, la ansiedad, las adicciones, la codependencia, la depresión, la injusticia, el abandono, la humillación, etc.

 

No hay más que decir...

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Atentamente tu niño al que le prometiste cosas en Puente Grande